Mié. Nov 26th, 2025

El sol apenas despuntaba entre las nubes cuando los primeros grupos de militantes y simpatizantes del PAN comenzaron a llegar a la orilla de la Presa Lago de Guadalupe. Algunos portaban guantes, otros llevaban bolsas reutilizables, y todos compartían el mismo gesto decidido de quien llega dispuesto a trabajar por algo más grande que sí mismo.

El aire olía a humedad y a mañana fresca; el silencio del agua contrastaba con el bullicio alegre que empezaba a formarse entre saludos, abrazos y comentarios que rompían la quietud del paisaje. En medio de ese ambiente animado apareció el dirigente estatal, Anuar Azar Figueroa, saludando uno por uno a quienes se sumaron a la causa ambiental de este día.

Poco a poco, el azul panista comenzó a hacerse notar entre los árboles y los bordes de la presa. Guantes ajustados, bolsas listas y un entusiasmo que se contagiaba sin esfuerzo. “Hoy venimos a servir,” se escuchaba decir entre risas y palabras de ánimo.

A la señal de inicio, los equipos se dispersaron a lo largo de la ribera. El sonido de las ramas quebrándose bajo los pasos, el roce de las bolsas llenándose y el murmullo constante de la gente trabajando se mezclaban con el canto de los pájaros que sobrevolaban la zona, como si fueran parte de la misma jornada.

Los más jóvenes retiraban botellas y envases entre los matorrales; otros, con mayor experiencia, se concentraban en las zonas más complicadas, donde el lodo guardaba restos del descuido humano. Cada hallazgo generaba reacción: sorpresa, indignación o risas, dependiendo de la singularidad del desperdicio. Lo que nunca faltó fue el comentario común: “Hay mucho por hacer, pero juntos avanzamos.”

El momento cumbre llegó cuando Anuar Azar se reunió con un grupo de voluntarios y dirigió unas palabras. No necesitó micrófono; bastaba la cercanía.

“Cuidar el medio ambiente también es una forma de servir. Esto no termina hoy; esto es apenas el principio,” dijo, mientras todos asentían, algunos aún con las manos llenas de tierra.

La jornada continuó entre fotografías espontáneas, bromas compartidas y la satisfacción creciente de ver la zona transformarse poco a poco. Las bolsas negras se acumulaban como evidencia del esfuerzo colectivo, pero también como recordatorio de la responsabilidad compartida.

Ya casi al mediodía, la presa lucía distinta: más limpia, más viva, más cuidada. El cansancio se disolvía entre sonrisas y un sentimiento generalizado de orgullo. Habían venido a limpiar un espacio natural, pero también se habían llevado algo más: la certeza de que la voluntad y la comunidad pueden hacer la diferencia.

Cuando los últimos grupos se retiraban, el reflejo del sol sobre el agua parecía despedirlos, como agradeciendo la jornada. Y con la promesa de regresar cada semana, quedó sellado el compromiso: seguir cuidando el entorno, porque proteger la naturaleza también es construir comunidad.