Vie. Nov 28th, 2025

El sol de Jesús Carranza comenzó a trepar por encima de los cerros como una invitación abierta a la esperanza. Desde temprano, las calles polvorientas de la comunidad se llenaron de murmullos, de pasos, de niños curiosos que corrían detrás de las camionetas de reparto. Algo distinto flotaba en el aire: una mezcla de expectativa y gratitud.

A un costado de la explanada, bajo la sombra generosa de una carpa blanca, mujeres, hombres y adultos mayores aguardaban con paciencia, algunos sentados, otros apoyados en bastones o sosteniendo de la mano a sus pequeños. Era un día especial, uno que recordaría la comunidad por la magnitud del gesto y por el rostro humano que acompañaba cada apoyo.

Las 1,188 canastas alimentarias, dispuestas en hileras que parecían no terminar, daban un toque de colorido geométrico al lugar: el rojo, verde y blanco de los empaques se entremezclaban como un mosaico que anunciaba alivio. Cada una representaba un mensaje claro: no están solos.

Al frente de la organización, el alcalde de San José del Rincón, Jaime Mercado Chávez, caminaba entre la gente con paso firme y mirada cercana. Saludaba, escuchaba, preguntaba. “Seguimos trabajando con el corazón”, decía, y la frase no sonaba a discurso sino a compromiso palpable. Detrás de cada entrega había un trabajo de gestión que resonaba en los agradecimientos de las familias.

La presencia del equipo de la Dirección de Bienestar Social se hacía notar: jóvenes y adultos acomodaban las canastas, verificaban listas, ayudaban a cargar. El respaldo estatal también se sentía: el nombre de la Gobernadora Delfina Gómez Álvarez era mencionado con respeto, lo mismo que el de Katya De la Cruz Álvarez, cuyas gestiones se tradujeron en que este día fuera posible.

Entre la multitud, una señora de rebozo azul observaba su canasta como quien contempla un tesoro inesperado. “Esto nos ayuda mucho… muchísimo”, murmuró, casi en secreto, como si temiera que la emoción le quebrara la voz. A su lado, un niño examinaba el contenido con los ojos muy abiertos, como si en cada producto descubriera una promesa.

La jornada avanzó entre sonrisas tímidas, apretones de manos, fotos improvisadas y agradecimientos que nacían del corazón. No hubo discursos pomposos ni adornos innecesarios. Lo que hubo fue comunidad. Lo que hubo fue cercanía. Lo que hubo fue un recordatorio de que cuando las manos se unen, el camino se vuelve más llevadero.

Así transcurrió el día en Jesús Carranza: un día donde la solidaridad tomó forma de canasta alimentaria; donde el gobierno municipal, estatal y la comunidad se encontraron en un mismo propósito. Un día donde, como dijo alguien entre la multitud, «cuando se trabaja para la gente, la esperanza vuelve a escucharse».