Mar. Nov 18th, 2025

Bajo un cielo encendido por las luces del altar y el murmullo de la gente, Coatepec Harinas volvió a vestirse de tradición. En el corazón del municipio se inauguró la Ofrenda Monumental, como parte del Festival “Encuentro de nuestras almas”, una celebración donde los vivos y los muertos parecen conversar entre flores, velas y sabores.

El corredor “Sabores del alma” y el recorrido “Caminos de luz” dieron la bienvenida a las familias que, entre incienso, música y color, se acercaron a contemplar los siete niveles del altar monumental, una obra que más que verse, se siente.

El presidente municipal, Marco Antonio Díaz Juárez visiblemente emocionado, tomó la palabra frente a la multitud. En su mensaje, no solo habló de la ofrenda, sino de la memoria que sostiene al pueblo:

“El altar que hoy presentamos es un puente de luz y de aromas entre los mundos, una casa simbólica donde los vivos y los muertos dialogan sin miedo”.

Sus palabras resonaron entre las flores de cempasúchil, el copal encendido y los sabores que evocan infancia, familia y hogar. Pan de horno, café de olla, natillas, mole, dulces y licores tradicionales formaron parte del corredor gastronómico que, más que alimentar el cuerpo, buscó nutrir el alma y las memorias colectivas.

El ambiente se llenó de aplausos y emoción cuando el grupo de danza de la Escuela Normal de Coatepec Harinas ofreció una presentación que combinó elegancia, fuerza y orgullo. La ovación fue inmediata: “Un fuerte aplauso para los alumnos de la Escuela Normal”, pidió el alcalde, reconociendo su entrega y talento.

La noche, envuelta en aromas de copal y pan recién horneado, se volvió también un homenaje al sincretismo mexicano. El altar de siete niveles —explicó el mandatario— simboliza el ascenso del alma: desde la tierra del trabajo y la familia hasta la luz del reencuentro. Cada nivel, un paso; cada vela, una memoria encendida.

El presidente agradeció a todas las áreas del Ayuntamiento: Cultura y Turismo, Juventud, Educación, Servicios Públicos y Obras Públicas, así como a las escuelas y al Cabildo, por hacer posible una ofrenda que no solo honra a los muertos, sino que enseña a los vivos el valor de sus raíces.

El mensaje final fue tan luminoso como las velas del altar:

“El alma no muere si alguien la nombra, si alguien la espera, si alguien le enciende una vela. El Día de Muertos no es un adiós, sino una conversación que cada año se renueva”.

Mientras las luces del altar se reflejaban en los rostros de niños y adultos, el eco de esa frase pareció quedarse suspendido en el aire: en Coatepec Harinas, mientras haya memoria, siempre habrá amor.