Michoacán. – En Palacio Nacional todo fue orden, discursos medidos y cifras precisas. El mármol brillaba, las cámaras encendidas capturaban cada gesto y los aplausos resonaban con pulcritud institucional. Ahí, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo y el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla presentaron el Plan Michoacán por la Paz y la Justicia, una estrategia que promete 57 mil millones de pesos federales y 2 mil 700 estatales para reconstruir el tejido social, fortalecer la seguridad y devolverle la calma a una tierra que lleva años viviendo en sobresalto.
Pero mientras el plan se desplegaba entre pantallas y promesas, Michoacán seguía sangrando lejos de los reflectores. Allá, en los caminos de tierra y las comunidades olvidadas, no hubo discurso ni conferencia: hubo miedo. Y duelo.
Porque justo una semana antes, Carlos Manzo, alcalde michoacano, fue asesinado. Y su muerte, como tantas otras, quedó envuelta en comunicados y condolencias oficiales. Sin embargo, la pregunta sigue flotando en el aire: ¿por qué anunciar una estrategia de seguridad desde la comodidad del Palacio Nacional, en lugar de plantar cara a los delincuentes donde realmente gobiernan: en los territorios tomados por el miedo?
Hablan de paz desde la distancia, con aire acondicionado y apuntadores, mientras los pueblos de la Tierra Caliente, de la Meseta Purépecha o de la Costa se defienden como pueden, sin patrullas, sin justicia y muchas veces sin esperanza.
El Plan Michoacán promete inversión, carreteras, apoyos al campo, salud, cultura, turismo y bienestar. Los ejes suenan bien, las cifras impresionan. Pero el lenguaje técnico no alcanza a tapar el ruido de las balas, ni la sensación de que el Estado llega tarde, siempre tarde, cuando el miedo ya se volvió costumbre.
Sheinbaum habló de causas, de reconstrucción social, de justicia. Y sí, hay buena intención, nadie lo duda. Pero la intención sin presencia es solo discurso, y el discurso, por más pulido que sea, no frena convoyes armados ni rescata comunidades sitiadas.
En Michoacán la gente no pide estrategias, pide resultados. Pide volver a dormir sin sobresaltos, sin que la madrugada suene a disparos. Pide que el gobierno deje de planear la paz desde el centro del poder y vaya a mirar el miedo de frente, donde el cemento se agrieta, donde la ley es un rumor, y donde la autoridad se mide por quién puede sobrevivir al siguiente ataque.
Porque allá, en el Michoacán real, los delincuentes siguen más organizados que el gobierno.
Y los discursos —por muy bien redactados— no blindan la vida.
